Revista invi N°16/Octubre 1992/Año 7:5-17

ARTÍCULO

LUGAR Y SISTEMAS AUTORREFERENTES: HACIA UN ENFOQUE INTEGRADOR PARA EL ESTUDIO DE CONJUNTOS RESIDENCIALES URBANOS

AUTOR

Este artículo forma parte del Proyecto FONDECYT 1114-92 "La Incidencia del Programa de Lotes con Servicios en el Desarrollo Progresivo. Evaluación y Propuesta Regionalizada", que llevan a cabo los autores en conjunto a Edwin Haramoto, Ignacio Canales y Carlos Bastías en el Instituto de la Vivienda y el Departamento de Sociología de la Universidad de Chile.

El presente artículo intenta plantear las bases de un marco conceptual que incorpore elementos arquitecturales y sociales para lograr una interpretación interdisciplinaria en el estudio del desarrollo de los conjuntos residenciales y urbanos. A partir de las categorías centrales de la propuesta sistémica de Niklas Luhmann y de la noción de lugar, se describen y examinan los procesos relevantes de diferenciación socio-espacial relacionados con las familias, el vecindario y la comunidad.

INTRODUCCIÓN

El estudio de los hábitat residenciales pobres ha contemplado múltiples dimensiones con distintos énfasis, según sea la óptica disciplinaria utilizada. Por lo común se han distinguido los aspectos físico-espaciales de los socio-culturales apuntando respectivamente a los intereses propios de las vertientes arquitectónica y sociológica.
Aunque esta distinción analítica de la realidad ha proporcionado un conocimiento acumulado de gran valor, bajo el supuesto ineludible que todo proceso de investigación debe elegir alguna expresión acotable dentro de la diversidad existente, por otro lado, ha conducido a la elaboración de explicaciones reduccionistas producto del desarrollo de marcos conceptuales independientes. De esa forma, se ha intentado dar cuenta de la dinámica social aludiendo a variables físico-espaciales como causas, o se ha pretendido que los cambios en la base material del hábitat son siempre función de la cultura y la estructura social.
En una reciente publicación, CEPAL asume lo anterior como una crisis de los paradigmas sobre la realidad urbana (CEPAL,1989). Al respecto, se afirma que ninguno de los acercamientos disciplinarios ha resuelto adecuadamente la relación entre formas espaciales y procesos sociales. Se trataría de conceptualizaciones insuficientes siendo la raíz de ello el considerar que lo espacial puede definirse y tratarse como algo autónomo respecto de lo social, esto es, como una variable externa aunque relacionada con las variables sociales" (CEPAL, 1989: 116).
Estas ambigüedades y contradicciones teóricas, sumadas a una incapacidad para abordar la crisis de la ciudad en Latinoamérica, lleva a este organismo a proponer un cambio de enfoque hacia uno de carácter interdisciplinario, global y dinámico.
Ello implica asumir el estudio de procesos más que de situaciones y por lo tanto entender que no existen problemas "en" los hábitat, sino "de" los hábitat, porque el espacio no constituye un receptáculo pasivo de lo social sino una dimensión activa y constituyente de la realidad de los ambientes residenciales.
Algunas de estas ideas no son nuevas ya que, durante a lo menos lastres últimas décadas, los estudiosos de los conjuntos residenciales se han servido de una perspectiva sistémica que les permita interpretar globalmente los fenómenos que ocurren en su interior. De manera declarada o implícita, lo cierto es que muchos investigadores han debido recurrir a categorías relacionales para trabajar con variables de distinto orden.
Desde los coloquios organizados por el Comité de Ciencias del Comportamiento, en Chicago en los años cincuenta, donde ya resultaba clara la utilización de principios sistémicos, las investigaciones orientadas bajo esta forma de concebir los fenómenos urbanos se han multiplicado.
La ciudad pasó a entenderse en relación a su contexto y a las funciones desempeñadas por sus elementos componentes, y el sistema residencial en relación a las viviendas y a las personas que las habitan, intentando demostrar la interdependencia de las partes a través de la descripción de la estructura del todo.
A partir de esa matriz conceptual inspiradora, se ha transitado desde una concepción mecánica de la realidad, hacia una visión evolutiva, ya sea simulando modelos complejos de interacción o formulando metodologías que faciliten la toma de decisiones (BAILLY, 1978).
No obstante, ambos senderos continúan vinculados a la línea clásica de la teoría general de sistemas, que como tal puede aplicarse indistintamente a una diversidad de fenómenos donde predomine una perspectiva holística por sobre el estudio de partes aisladas. Es decir, las contribuciones efectuadas en el ámbito urbano a partir de la visión de sistemas, se basan directa o indirectamente en el enfoque de sistemas abiertos, formulado por Ludwig von Bertalanffy en los años cincuenta.
Recientemente, la inauguración de una teoría de sistemas socioculturales como una vertiente con principios propios y contenido independiente, aplicable específicamente a realidades sociales concretas, permite avanzar fructíferamente en el análisis de los hábitat residenciales, incorporando una diversidad de componentes tanto físico-espaciales como socioculturales. Dicho aporte, se encuentra representado por la obra del sociólogo alemán Niklas Luhmann, quien rompe con la tradición precedente, al sustituir las ideas clásicas de causalidad sistémica y descartar la supuesta existencia de constantes estructurales (ARNOLD, 1988).
La perspectiva de Luhmann resulta una opción que, junto con recoger los avances epistemológicos más relevantes de los últimos años, ofrece un acercamiento que enfatiza lo contingente y, por tanto, pretende superar las definiciones apriorísticas de elementos, relaciones y fronteras de los sistemas. Este cambio de perspectiva se relaciona, según este autor, con uno de los principales problemas de la teoría clásica de sistemas, cual era asumir que la realidad sistémica constituye un estado provocado por efectos funcionales, contradiciendo una característica central de los sistemas sociales, que es su no dependencia incondicional de efectos específicos. Así es posible reemplazar el estudio formal de estructuras, elementos y funcionamiento, por la observación particular de su comportamiento real (LUHMANN, 1973).

1.- ALGUNAS CATEGORÍAS CENTRALES DEL ENFOQUE LUHMANNIANO

Uno de los puntos centrales para aproximarse al enfoque propuesto por Luhmann, es la noción de complejidad ubicada en un marco teórico básico dado por la teoría de sistemas. Sin embargo, el autor propone un cambio de paradigma al pasar de la distinción de todo y partes a la de sistema y entorno (RODRÍGUEZ Y ARNOLD, 1991).
Así, es posible investigar la función de las estructuras y las de un sistema, sin que sea necesario suponer una estructura global como punto de partida (LUHMANN, 1973).
Como el sistema ya no se considera algo dado, resulta posible preguntarse por su actividad fundamental, que es, según el autor, la comprensión y reducción de la complejidad del mundo circundante" (LUHMANN, 1973: 113).

Fuente: Boletín N°3 Junio 1987. INVI-FAU-UCH.Stgo.

Rodríguez y Arnold señalan que Luhmann incorpora el concepto de complejidad de la cibernética, pero que a diferencia de las máquinas, los sistemas sociales se identifican por el sentido. Este se logra por el establecimiento de límites, que no son físicos sino de significado, pues aluden a la comunicación, aún cuando algunos límites físicos como el territorio, puedan simbolizar límites de sentido (LUHMANN, 1971, citado por RODRÍGUEZ Y ARNOLD, 1991).
Como realidad concreta física e histórica, los sistemas socioculturales son capaces de mantener una relativa independencia respecto de los cambios en el medio. Esta autonomía y elasticidad para compensar la influencia del medio, son para Luhmann sus principales logros, de manera tal que la presencia de fines no constituye la referencia explicativa última para la comprensión del sistema, sino sólo una posible guía para la configuración de las relaciones sistema-medio (LUHMANN, 1973). Tampoco se plantea una construcción arbitraria por parte de un investigador que define analíticamente un sistema y el entorno. El enfoque involucra importantes consecuencias para el análisis de sistemas sociales reales, en cuanto a sus posibles diferencias estructurales y para determinar los fines que satisfacen en su dinámica. Cabe así la posibilidad de modificación de sus fines, multiplicidad de ellos, o metas superpuestas e inclusive antagónicas al interior de sus fronteras.
Lo anterior no significa que la teoría intente reproducir la realidad, lo que sería una pretensión imposible, ya que la referencia a ella supone un observador que realiza operaciones de distinción en la realidad. De ahí que "todo sistema que se distingue, lo hace en la realidad, así como todo el que desaparece, desaparece en la realidad" (RODRÍGUEZ Y ARNOLD, 1991: 87).
Como los sistemas sociales emergen en términos de identidad y diferencia respecto de un entorno, la teoría de Luhmann es una teoría de la autorreferencia. Esto implica que todo sistema social se refiere a sí mismo tanto en su constitución como en las operaciones fundamentales que lleva a cabo (LUHMANN, 1990). Un ejemplo es la dificultad entre dos personas de nacionalidad distinta para comunicarse, puesto que sus respectivos mensajes sólo tienen sentido dentro de sus códigos propios, no sólo por la frontera idiomática, sino por formas de vida diferentes.
Al existir en este enfoque una lógica evolutiva, aunque no un determinismo, el proceso de reducción de la complejidad -es decir de construcción del sistema- requiere de tiempo, porque constituye operaciones de distinción que ocurren en la realidad. Para que esto suceda, un conjunto de personas debe compartir un determinado significado, desde el cual pueden organizar su interacción, haciendo posible "lo social".
Este fenómeno social de significado compartido es asumido en el enfoque sistémico de Luhmann mediante la idea de contingencia, en relación a que algo puede ser o no ser. En otras palabras, a la gama de posibilidades de acción que poseen los sistemas psíquicos, es decir los individuos. "El problema de la contingencia se encuentra virtualmente siempre presente cuando está dado un sistema psíquico que experimenta sus posibilidades de acción y la necesidad de actuar selectivamente" (RODRIGUEZ, Y ARNOLD, 1991: 103).
No obstante, como lo social no es la pura suma de los individuos, es necesario resolver una doble contingencia. "Tanto ego como alter tienen muchas posibilidades de acción, y la selección que cada uho haga, es contingente a la selección del otro" (RODRIGUEZY ARNOLD, 1991: 103).
Puesto que ninguna persona puede concretar todas las opciones posibles, se generan sistemas sociales que restringen las posibilidades de selección mediante procesos de comunicación. En la doble contingencia está implicada la condición de consenso, como también la alternativa de desacuerdo. Esto es así, porque sólo es posible negar aquello que se comprende (RODRÍGUEZ Y ARNOLD, 1991).
La doble contingencia resulta ser, en consecuencia, al mismo tiempo que un problema, la condición del surgimiento desistemas sociales, constituyéndose así un sentido donde quedan definidos los límites del sistema. Mediante estos límites se acota lo perteneciente al sistema y lo no perteneciente a él, lo que dentro de el tiene sentido y lo que no lo tiene (RODRÍGUEZ Y ARNOLD, 1991).
El sentido surge como una estrategia selectiva de posibilidades, pero que no elimina aquellas no seleccionadas, haciéndose posible su actualización para enfrentar nuevas contingencias. Sólo el tiempo niega definitivamente una posibilidad, pues dicha alternativa ya no se relaciona con las actuales contingencias. El sentido permite a las personas y a los sistemas sociales procesar la complejidad del entorno, constituyéndose como una categoría autorreferente, puesto que se refiere siempre a sí mismo para establecer lo significativo. Por ello, los sistemas constituidos por el sentido no pueden experimentar o actuar fuera de él (RODRÍGUEZ Y ARNOLD, 1991).
Este puede descomponerse en una dimensión real (referida a objetos), una dimensión social (referida a otras personas) y una dimensión temporal (en ref e-rencia al pasado o al futuro) que orientan la selección de posibilidades y que actúan combinadamente para ordenar la experiencia humana. ( RODRÍGUEZ Y ARNOLD, 1991).
Según LUHMANN, los sistemas sociales están compuestos de comunicaciones generadas por un sentido compartido como unidad básica, y no por personas. "Los seres humanos, en consecuencia, no pertenecen al sistema social, sino a su entorno" (RODRÍGUEZ Y ARNOLD, 1991: 113).
Esto implica una fugacidad del sistema social, en la medida que el sistema desaparece cuando termina la última comunicación que no ha logrado conectarse con otra posterior para mantener su permanencia en el tiempo. De esta forma, el sentido se vuelve histórico al trascender los momentos particulares de la comunicación.
Este sistema de comunicaciones no sólo es autorreferente; también es autopoiético puesto que es capaz de reproducir los elementos de los cuales está compuesto, es decir nuevas comunicaciones. Esto no significa que un sistema social pueda existir sin seres humanos, sino que los supone como base. De ahí que LUHMANN (1990) sostenga que los sistemas psíquicos y los sistemas sociales han surgido coevolutivamente, pero constituyendo realidades clausuradas operacionalmente y autorreferentes, de modo que lo psíquico no explica lo social, ni lo social puede explicar lo psíquico.
Ahora bien, de acuerdo a esta teoría, no todos los sistemas sociales de comunicación son autopoiéticos ni todos los que han alcanzado este estado lo han hecho al mismo tiempo, ya que constituye un momento evolutivo avanzado (ARNOLD, 1988). Ello no descarta la posibilidad que tienen los sistemas sociales de alcanzar dicho estado y lograr un alto grado de integración, pues en la medida que emerge una comunicación interpersonal aparece un sistema social, con historia, es decir, aquella acumulación de las selecciones que posibilitaron su diferenciación. (RODRIGUEZ ARNOLD, 1991).
En diversos grados, todo sistema puede concebirse como un conjunto de expectativas que a medida que se generalizan, dan origen a estructuras normativas estables que influyen en el comportamiento. Sin embargo, los problemas de un sistema no son definitivamente resueltos por la estructura de manera que desaparezcan: obtienen sólo una forma determinada yen esta forma son impuestos al actor como carga de conducta" (LUHMANN, 1973: 71).
Para que exista cierta estabilidad en la estructura del sistema, son necesarios procesos de consenso social respecto de las expectativas de conducta, las cuales siempre deben estar institucionalizadas aún cuando no sean cumplidas siempre por todas las personas (LUHMANN,1973)
Por este motivo, el problema básico de todo sistema social es seguir reproduciendo comunicaciones para asegurar su permanencia, sean estas comunicaciones afectivas en el sistema familiar, comunicaciones sobre decisiones en el caso de las organizaciones, teorías en el caso del sistema científico, etc. No pueden existir, por tanto, sistemas funcionales más importantes que otros, pues cada uno está orientado a la reducción de la complejidad de su entorno respectivo. Todo sistema considera su función como la más importante, y por ello los sistemas autorreferentes no compiten entre sí, puesto que diferencian su propio ámbito de sentido. "Las relaciones competitivas sólo pueden existir al interior de cada subsistema" (RODRÍGUEZ Y ARNOLD, 1991: 173) En otras palabras, la autopoiesis entendida como capacidad de un sistema para producir sus componentes a partir de sus propias relaciones,sólo opera a nivel de las funciones que realiza
Por ejemplo, aún cuando la familia -donde el sentido de la comunicación está dado por lo afectivo- necesita de recursos materiales para subsistir (sentido propio del sistema económico), el dinero no puede usarse legítimamente dentro de ella pues se está corrompiendo el sentido propio con el que opera la reproducción del amor, el cual no se compra (LUHMANN, 1985).
Del examen de las categorías más relevantes del análisis Luhmanniano, queda en evidencia la capacidad del enfoque para ser aplicado a diversos niveles de interés de la vida social. Sin embargo, su aplicación a la dinámica interna de los hábitat residenciales urbanos, no puede efectuarse sin una conceptualización del espacio como una dimensión de la realidad susceptble de adquirir sentido para las personas.

Sistema Familia-Vivienda. Campamento 21 de Mayo. Calera de Tango,1986

En tanto teoría sociológica, tal conceptualización no es desarrollada por Luhmann, puesto que el énfasis está en la constitución de los diversos sistemas sociales y no en aquellos que puedan incluir el espacio territorial como una categoría en la cual fundamentar el sentido de la interacción.

2.- ESPACIO Y LUGAR

El tiempo y el espacio son dos ejes que han posibilitado al hombre y a la ciencia entender los fenómenos de la realidad, en la medida que permiten situar físicamente los objetos y otorgarles permanencia. Es claro sin embargo, que esta distinción es analítica ya que uno y otro pierden sentido cuando se expresan independientemente.
De ese modo, la extensión infinita existe sólo en potencia, puesto que el espacio no surge sin cuerpos que lo definan (MUNTAÑOLA, 1973), ni tampoco sin la presencia de un sujeto que interprete esos límites de extensión.

Sistema Familia Vivienda. Campamento 21 de Mayo, Calera de Tango, 1986


El espacio entonces, no posee únicamente una connotación física y natural, pues como realidad, requiere ser vivido por alguien. Sólo se puede conocer el espacio o los atributos del mismo mediante la experiencia, y la imagen que se hace de él corresponde a un espacio percibido con el que cada sociedad se identifica (GARCIA, 1986). Según Rapoport (1978), aunque el espacio es una parte importante del medio ambiente, no constituye un concepto simple y unitario en la medida que supera una realidad física y tridimensional.
En términos básicos, es posible distinguir entre el espacio humano (dentro del campo perceptual y experiencia) del sujeto) y espacio no humano (fuera de su posibilidad de experiencia). El espacio humano, según este autor, daría cuenta de un ambiente situado dentro de un marco geográfico que afecta en especial a la gente que lo opera, puesto que es percibido por sus ocupantes de manera conciente, otorgándole una significación determinada y volviéndose un espacio social cuando es usado por grupos de personas.
Lo anterior implica obviamente la dimensión temporal, pues sólo el tiempo hace posible la organización de percepciones y el surgimiento de consensos colectivos en torno a ciertos significados asignados al espacio.
Debido a esta doble realidad física y humana, frecuentemente diversos autores prefieren emplear el concepto de LUGAR para enfatizar la interpenetración entre lo físico y lo social. Frampton (1990) sugiere a este respecto, que la diferencia entre espacio y lugar fue formulada con gran claridad por el filósofo Martin Heidegger, quien opone el concepto latino Spatium in extensio, o espacio regularmente subdividido -y por tanto teóricamente infinito- al concepto teutón de Raum entendido como terreno o dominio fenomenológicamente delimitado. De esa manera, el límite no es aquello donde algo acaba, sino donde algo empieza su presencia. En otras palabras, es cuando el espacio adquiere significación. Lugar es entonces "tiempo en el espacio", que implica un proceso de lugarización a partir de la experiencia y la asignación de significado (MUNTAÑOLA, 1973)
El lugar pasa a ser entonces una relación dada entre espacio y conducta (MARTINEZ, 1980), en la medida que la vida no ocurre en el vacío ni en la eternidad, sino en un espacio y en un momento, un aquí y un ahora bien determinados (VAISMAN, 1974).
Estas determinaciones o normas que conforman la organización del espacio, poseen una cierta regularidad particular, porque están relacionadas sistemáticamente con la cultura de un grupo, de manera tal que lo que distingue un medio ambiente de otro es la naturaleza de las reglas codificadas. Es por eso que la organización del medio ambiente es un hecho ideacional antes que un hecho físico. El medio ambiente urbano es la organización del espacio, tiempo, significado y comunicación, siendo más importante las relaciones entre elementos y los patrones subyacentes a éstas que los elementos mismos, ya que es la naturaleza del significado la que difiere de un grupo a otro (Rapoport, 1978).
Lo anterior quiere decir que los significados atribuidos al espacio no sólo son experimentados por sujetos aislados; también tienden a organizarse en experiencias comunes, pues tienen como marco un determinado contexto cultural que influye en sus formas de pensar, actuar y sentir. Y esto es porque todo grupo social genera pautas de comunicación para intercambiar significados, sin los cuales sería imposible la generación de normas, el sentido de pertenencia y la integración social.
Por lo tanto, un lugar para vivir se vuelve una interpenetración sociofísica en la que el hablar y el habitar el medio físico y el medio social se entrecruzan de forma simultánea, pero sin identificarse (MUNTAÑOLA, 1973).
La expresión simbólica -que es la conceptualización y la figuración del espacio en forma particular por cada cultura- si bien es dinámica,hace posible la estabilidad para los grupos, y en consecuencia la identificación, imagen, pertenencia y asignación de valor. Esta complementariedad es indicada por Canter cuando se refiere al lugar como una realidad que "no concierne exclusivamente a las actividades o sólo a los edificios que las alojan, sino a aquellas unidades de experiencia dentro de las cuales actividades y forma física están amalgamadas" (CANTER, 1977).
Esta noción reafirma una manera de hacer arquitectura más significativa y no meramente como un arte en la construcción de objetos. El mismo sentido es compartido por Nórberg-Schultz, para quien la arquitectura ha ayudado al hombre a dar significado a la existencia, ya que su contacto con fenómenos naturales, humanos y espirituales a través de la historia, se han traducido en determinadas formas físico- espaciales (NORBERG SCHULTZ, 1983)
El autor postula que la idea de lugar se expresa cuando "algo acontece", donde la permanencia favorece la formación de una imagen ambiental que posee identidad, estructura y significación. La permanencia, según Alexander, contribuye al carácter, que "se debe a la manifestación de ciertos patrones de acontecimientos que ocurren en un lugar con mayor frecuencia. Acción y espacio son indivisibles, puesto que la acción se apoya en el tipo de espacio y éste a su vez reafirma un tipo de acción. Ambos forman una unidad, "un patrón de acontecimientos en el espacio" que es inventado por la cultura (ALEXANDER, 1981).
La noción de lugar constituye entonces un concepto suficientemente amplio para establecer nexos teóricos entre variables arquitectónicas y sociales, e identificar relaciones en diversos niveles analíticos. Por otra parte, es de utilidad para abordar problemáticas urbanas de distinto orden, superando interpretaciones restrictivas basadas exclusivamente en factores objetivos y cuantificables.

 


Lugar Familiar. Villa Los Héroes de la Concepcón, Conchalí.1986

 

3.- LUGAR Y SISTEMAS AUTORREFERENTES


La sociedad tiene una dimensión espacial y el espacio una dimensión social, pues si se asume que toda realidad sociales producto de comunicaciones significativas y que algo ocurre cuando tiene lugar -es decir, cuando ha existido tiempo en el espacio-, resulta inevitable que todo lugar es lugar para alguien y que ese alguien no puede existir fuera de algún lugar. El espacio como lugar, en tanto sitio significativo, deja de ser pura forma geométrica para constituir espacio con destino, al ser reconocido, diferenciado y apropiado por un grupo, con el propósito de transformarse en el ámbito específico donde se efectúa la comunicación con sentido. Así la comunicación de significados compartidos requiere de la distinción del espacio como el lugar propio de esa comunicación.
Los grupos generan espacios donde cierto tipo de comunicaciones son coherentes o, por el contrario, resultan fuera de lugar. En esos términos, es evidente por ejemplo que una iglesia no es el lugar para entablar relaciones comerciales, como un banco no es lugar para orar.
Por otra parte, al extenderse los significados propios de un grupo hacia otros mayores, normalmente se modifican las fronteras físicas y simbólicas tanto a nivel macro como micro social. Por este motivo, la globalización de las comunicaciones ha significado una redefinición que supera los límites nacionales, expresada en la idea del planeta como una "aldea global".
A nivel de los hábitat residenciales urbanos, este fenómeno tiene su correlato a lo menos en tres niveles reconocibles, producto de sistemas de comunicación autorreferentes: la familia, el vecindario y la comunidad.
Cada uno de estos sistemas de comunicación tiende a generar fronteras que hacen significativas ciertas acciones para el sistema, en contraste a otras que no lo son. La configuración de esas fronteras de sentido tienen su correlato físico-espacial y ambas conforman el lugar.
Así la familia -donde las comunicaciones significativas están vinculadas a lazos de parentesco-, define su lugar a partir de la vivienda y el sitio inmediatamente circundante, como el ámbito propio donde lo familiar ocurre y "debe ocurrir" según normas socialmente compartidas.
El sistema familiar surge como una forma de reducir aspectos de complejidad derivados de la satisfacción de necesidades biólogicas (sexuales, reproducción, alimentación), afectivas (cuidado de los hijos, expresión de intimidad, entre otras), sociales (transmisión de valores, socialización de roles, normas), etc. En cada cultura, el contenido de las comunicaciones puede experimentar diversas modalidades o generar distintas estructuras normativas. Sin embargo, una constante es la definición de la casa como el espacio significativo para la interacción familiar, transformada en vivienda a partir de un proceso de lugarización.
Dicha lugarización implica generar un referente físico sin el cual la comunicación simbólica sería imposible de situar. De este modo, la comunicación familiar se clausura sobre su sentido particular, emotivo y total, al igual que la puerta de la casa se cierra para aislar la vivienda del ambiente externo.
Esta correlación entre el sentido autorreferente y las huellas físico-espaciales, que en forma conjunta dan cuenta del lugar, ratifican a la familia como el sistema de mayor estabilidad. Obviamente ello se explica por el factor tiempo, pues como institución está enraizada en la cultura de manera independiente al espacio que en un momento dado ocupe. En otras palabras la familia no constituye un sistema de comunicación que se organiza en torno al hábitat, ya que existe antes de establecer un vínculo territorial. El sistema familiar surge habitualmente antes de la vivienda, teniendo la posibilidad de recomponer varios lugares en torno a la misma pauta de interacción, al poder cambiar muchas veces de residencia con el transcurso del tiempo. Esos cambios no alteran fundamentalmente el sentido familiar, pero sí los atributos del lugar, en la medida que existe una nueva dinámica de adaptación al espacio. Pese a ello, los patrones que organizaron la situación habitacional anterior pueden provocar una poderosa
influencia en el proceso de adecuación de la familia a la nueva casa.
No ocurre lo mismo con el vecindario, segundo sistema observable al interior de los hábitat urbanos. Este depende invariablemente de la ubicación territorial que adopten las familias en los conjuntos residenciales. Por tal motivo, su emergencia es un proceso simultáneo entre la configuración de las redes de comunicación y la delimitación del espacio vecinal.
A diferencia de la familia, el vecindario surge en el hábitat estimulado por las interacciones frecuentes derivadas de la cercanía física entre las viviendas.
Las familias perciben de múltiples formas esa cercanía, que se traduce en visibilidad social. Concientes de ello, todo sistema familiar intenta una comprensión y reducción de la complejidad del hábitat donde se encuentra inserto, a través de la conformación de sistemas vecinales que constituyen pautas de comunicación restringidas respecto de todas las posibilidades que ofrece el conjunto residencial.
El vecino es entonces aquel que es reconocido como cercano en el espacio, que se vuelve confiable o no confiable, de acuerdo a si el resultado de las comunicaciones establecidas ha sido gratificante o desagradable. Dado que la cercanía aumenta las probabilidades de comunicación, el vecindario tiende a configurarse en torno a la calle o al pasaje, pero no incluye necesariamente a todos los habitantes que allí se ubican.
El vecindario constituye una diferenciación basada en la simpatía mútua, de manera que sólo parte de las familias físicamente cercanas conforman el sistema vecinal, clausurándose sobre sí mismo para mantener vigente ese tipo de comunicación. Además, no todo un pasaje, calle o cuadra, se identifica como el lugar propio de la interacción vecinal, sino sólo aquel espacio donde la comunicación ocurre con mayor frecuencia. Se entiende en este caso por comunicación con sentido vecinal las conversaciones habituales, favores, encargos, arreglos concertados y otras pautas basadas en la confianza recíproca y en la cercanía.
En consecuencia, el vecindario es un sistema-lugar basado en su propio sentido, que define su propio espacio físico distinto e independiente de la familia. Por esta razón no es posible entender a la familia como un subsistema del vecindario, pues sus entornos respectivos están referidos a ambientes distintos.
Del mismo modo, los vecindarios no definen necesariamente a la familia como su unidad constitutiva. Es posible encontrar al interior de una calle, vecindarios superpuestos según sexo, edad o intereses de los componentes de los grupos familiares, pudiendo variar considerablemente unos de otros. Así por ejemplo, viendas, y lo asuman formando parte de un ambiente más amplio susceptible de apropiación y lugarización. Este espacio está representado por el HÁBITAT, entendido como el ambiente lugarizado por la comunidad. Además, se debe configurar un sentido distinto al familiar y al vecinal, orientado al desarrollo progresivo de todo el conjunto residencial, o a la solución de problemas que afectan a las personas que en él habitan.
La comunidad se manifiesta en organización y toma de decisiones fundadas en un sentido racional para concretar el logro de objetivos.
Este ha sido un punto difícil de dilucidar en términos teóricos, puesto que las conceptualizaciones clásicas asignan a la comunidad una esencia propiamente emotiva y cercana donde predomina la interacción primaria para satisfacer necesidades de pertenencia. Con esas definiciones sin embargo, se confunde el sistema vecinal con el comunitario.
La comunidad como sistema social con existencia empírica, no puede reducirse al mero hecho de la organización de los vecinos, pues el dominio vecinal es limitado tanto en significado como en extensión territorial, lo que atomizaría la participación. El surgimiento de la comunidad pasa entonces por el reconocimiento del conjunto residencial como la entidad territorial donde muchas familias y grupos de vecinos comparten similares problemas, es decir, cuando dicho conjunto es lugarizado como hábitat.
Ello sin embargo, es teóricamente poco probable y constituiría un estado de evolución avanzada de los conjuntos residenciales que han logrado consolidar previamente los lugares de los sistemas familiares vecinales.
La capacidad de estos sistemas para mantener su independencia -sin que ello niegue la resonancia que pueda tener la acción de un sistema sobre los otros- se entiende mejor a través del concepto de acoplamiento estructural utilizado por Luhmann y extractado de la teoría de la autopoiesis de Maturana (RODRÍGUEZ Y ARNOLD, 1991).
Para el caso de los sistemas familia, vecindario y comunidad, el acoplamiento estructural se manifiesta, como la capacidad para mantener la adaptación mútua sin que ninguno de ellos intervenga en los estados del otro, puesto que depende de la estructura de cada sistema. La permanencia del sistema vecinal no deriva, en rigor, de las relaciones al interior de la familia, sino del grado en que las comunicaciones vecinales se adapten a las necesidades de quienes conforman el vecindario. Por esto, si bien el sistema vecinal supone la existencia de familias para contar con personas que puedan comunicarse con un sentido de amistad, ambas estructura son independientes y la autopoiesis de la familia no interviene en la del vecindario.
Algo similar ocurre a nivel de las comunicaciones comunitarias, con la excepción de que la comunidad no supone necesariamente al vecindario para articularse como sistema, aunque normalmente no exista comunidad sin que el vecindario esté constituido, dada la natural progresión que adoptan las comunicaciones en los conjuntos residenciales.
Podría ocurrir, bajo especiales circunstancias, que emerjan comunicaciones comunitarias antes que vecinales, en conjuntos de reciente constitución, cuando sobrevienen catástrofes como inundaciones, terremotos, etc, que requieren necesariamente superar la desconfianza para lograr soluciones inmediatas.
Esto no resuelve, sin embargo, el problema de la configuración de sistemas vecinales y comunitarios, debido a que el paso de la comunicación familiar a otro nivel no es sólo una cuestión simbólica sino también espacial.
Un concepto que podría ilustrar esta transición es el de interfase territorial, proveniente de la ecología pero definido recientemente como "la zona de contacto, interrelación y/o interpenetración de los sistemas sociales y espaciales" (Haramoto et al, 1992: 85).
Concretamente, estas interfases se expresan en puntos físico-sociales de contacto que pueden favorecer la configuración del sistema vecinal o comunitario. Por ejemplo en la vivienda, el estar como espacio privado de encuentro y comunicación familiar, suele constituirse en un espacio social más amplio de interacción semi-privada con amigos o vecinos. Asimismo el límite del sitio, cuando los cierros son bajos opermiten la visibilidad hacia el colindante, pueden generar el contacto entre el nivel familiar y el vecinal, al igual que en el pasaje cuando aparece una banqueta, o los lugares de compra. Por otra parte, las plazas, los centros deportivos, las sedes de encuentro o las escuelas tienden a representar interfases entre lo propiamente vecinal y lo comunitario con sentido semi-público de interacción.

Punto lnterfase. Fuente: Maldonado, L.;Pérez, C. "La necesidad de Identidad como recurso en Vivienda Social". Seminario FAU-UCH.1990.

CONSIDERACIONES FINALES

Los elementos teóricos presentados en este artículo cubren una amplia gama de situaciones de diferenciación sistémica que pueden ocurrir en conjuntos residenciales urbanos. Los sistemas-lugar relacionados con la familia, el vecindario y la comunidad, no siempre evolucionan siguiendo la secuencia presentada cuando se observan realidades habitacionales especificas.
Es así, que el orígende los conjuntos residenciales puede tener considerable influencia en las formas y ritmos que adopte la evolución de cada sistema. Por ejemplo, en el caso de poblaciones producto de programas habitacionales de radicación, el surgimiento de la comunidad precede al vecindario , en la medida que las acciones que hicieron posible la ocupación del terreno suponían una organización previa, orientada por anhelos compartidos. Como se sabe, normalmente la regularización de esta situación de hecho, ocurre años después de una "toma", a través de la construcción de casetas sanitarias, las cuales suelen implicar disrrupciones que alteran los sistemas vecinales y/o comunitarios preexistentes. Con frecuencia, la explcación de estos programas implican nuevos trazados de calles y pasajes, la relocalización de viviendas e incluso el cambio de algunas familias hacia otros sitios, con lo cual se alteran las redes de comunicación establecidas y por ende, los procesos de apropiación e identificación.
Por otra parte, características del medio físico donde se emplacen los conjuntos residenciales, tales como el clima, pueden alterar la dinámica de los sistemas-lugar. Es evidente que en zonas frías y lluviosas la mayor parte de las comunicaciones tienden a concentrarse en espacios cerrados, especialmente en la vivienda, con lo cual se debilita la lugarización de los espacios intermedios y públicos del hábitat.
Asimismo, las variaciones culturales observables entre un contexto metropolitano y otro provincial, afectan la estabilidad, especialmente de los sistemas vecinales y comunitarios. Cuando predominan valores individualistas y competitivos que enfatizan relaciones impersonales, cabe esperar que la configuración de sistemas-lugar externos a la familia, se vean dificultados, sucediendo lo contrario, en ámbitos socioculturales donde la confianza mútua y la calidez de la interacción social es la pauta más difundida.
Si bien la tendencia natural de desarrollo de los sistemas-lugar, en conjuntos residenciales, ocurre desde la familia y su espacio privado compuesto por la vivienda y el sitio, hacia el vecindario y la comunidad con sus respectivos espacios lugarizados, también es posible observar procesos involutivos. Ello parece derivar de una incapacidad de los sistemas para reducir la complejidad tanto del medio interno como del entorno, manifestándose concretamente en un gran deterioro del clima social, ya sea de la comunidad o del vecindario, con lo cual se retrotraen las comunicaciones con sentido hacia el sistema-lugar vitalmente más importante y estable: la familia-vivienda.
Pese a todas estas posibles variaciones, una constante es el hecho que cada sistema opera de manera relativamente independiente de los otros en la reproducción de comunicaciones con sentido,y por lo tanto, en la lugarización de los espacios donde ésa comunicación se da con mayor frecuencia
Lo anterior no descarta el hecho que la familia, el vecindario y la comunidad, puedan ser afectados por lo que ocurre en sus respectivos entornos, puesto que los sistemas autorreferentes, aunque son organizacionalmente cerrados, están abiertos a la información, la que actúa como estímulo desencadenante de procesos internos que modifican la lugarización de los espacios apropiados por cada grupo. Así por ejemplo, el desarrollo progresivo de los aspectos físico-ambientales observables, ya sea a nivel de la vivienda, del espacio intermedio o del hábitat, no sólo pueden manifestar una dinámica independiente, como producto de la clausura autopoiética del sistema respectivo. También cabe la posibilidad que los mejoramientos o deterioros que ocurran en los lugares propios de cada sistema, puedan repercutir en los otros, como es el caso de la resonancia que tienen en el vecindario los arreglos que efectúan las familias en sus viviendas, para estimular acciones conjuntas de ornato en la calle o en un pasaje.
Estas variaciones detectables en la evolución de los sistemas diferenciados al interior de los conjuntos residenciales urbanos, tienen la virtud de permitir una comprensión más profunda de la complejidad que puede alcanzar la interpenetración entre los componentes arquitectónicos y sociales. Al mismo tiempo, el esquema general presentado posibilita ampliar los horizontes en el estudio de realidades habitacionales específicas yde la planificación sectorial, al ofrecer una perspectiva que no sólo hace posible el descubrimiento de novedosas relaciones de variables, sino también muestra dimensiones concretas sobre las cuales es posible intervenir superando la rigidez y segmentación de los enfoques clásicos.

BIBLIOGRAFÍA