doi 10.4067/S0718-83582014000200001

 

Poblaciones agredidas, disputas urbanas y escenarios posibles: La producción de la ciudad desde las periferias

 

Juan Carlos Skewes1

1 Chile. Licenciado en Antropología Universidad de Chile. Doctor (Ph.D.) Universidad de Minnesota. Director Carrera de Antropología Universidad Alberto Hurtado.


 

Las profundas transformaciones de los espacios urbanos, propulsadas principalmente por las dinámicas de los mercados inmobiliarios, remodelan las llagas de una sociedad que sigue postrada en un mar de desigualdad. Las inversiones privadas en edificación, las obras viales, la expansión de las redes transporte urbano, entre otros factores, fuerzan nuevos modos de habitabilidad entre los excluidos de la ciudad, de los cuasi-ciudadanos de las periferias que no siempre se corresponden con los márgenes de la metrópoli.

El artículo de Carlos de Mattos, Luis Fuentes, y Felipe Link, en este volumen, proporciona el marco de referencia a ser tenido en cuanta a lo hora de abordar los temas que se dan en una ciudad que mantiene, aunque en menor medida y a pesar de la recuperación de las áreas centrales, una tendencia a la expansión y dispersión territorial. Los autores sugieren que, en relación a los aspectos sociodemográficos, hay características que podrían destacarse en la zona central como la verticalización del centro de la ciudad - asociada al aumento de residentes jóvenes, sin hijos – y la creciente proporción de migrantes extrametropolitanos, mientras que en las coronas periféricas acogen a familias en formación, “reforzando los patrones de urbanización desigual, ya que concentran los extremos de la jerarquía social”.

Al tiempo que la ciudad se transforma, se reconfiguran no sólo los rostros de la exclusión sino que las formas de abordar su estudio. En este último sentido, la investigación acerca de la habitación de la ciudad por sus moradores más vulnerados revela sentidos que no son solo los de la frustración sino que además los de la esperanza. Al fin de cuentas, las poblaciones no viables resultan ser más permanentes y más resilientes que quienes así las definieron. El desafío metodológico consiste en revelar lo que en ocasiones resulta sospechosamente conveniente mantener oculto: aquellas estrategias que tornan habitable la ciudad para quienes a fuerza de silencio se han granjeado un lugar en ella.

No es fácil, sin duda, constituir un hábitat en el medio urbano. Más que diagnosticar la pobreza, se requiere un ejercicio de revelación. ¿Cómo es posible habitar allí donde todo es hostil? ¿Cómo lo hicieron? ¿Cómo llegaron a anidarse entremedio de una turba de inversiones y especulaciones financieras? ¿Cómo se sostiene el día a día en un país extraño y diferente? Avanzar en las respuestas a estas preguntas es parte de ese ejercicio de revelación y lo que en ellas se descubre representa un conjunto de lecciones de habitabilidad.

En este número hay pistas en las que avanzar. Por una parte, está el diálogo de la política pública y las capacidades de producción de un hábitat residencial que los pobladores y pobladores manifiestan a lo largo de su historia. María José Castillo, tras caracterizar la su evolución en Chile, propone su inclusión protagónica en el diseño de las políticas de vivienda que, normalmente, les constituyen en su objeto y no en sujetos del hacer ciudad. Mujeres, jóvenes y niños – actores que padecen de dobles y triples exclusiones - son, nos plantea el artículo, cruciales en el diseño habitacional de las periferias. Tal protagonismo demanda un espacio político donde no solo se dispute la gestión del hábitat sino que también el concepto de ciudad que está en juego bajo los modelos regidos por el Estado.

El creciente desarrollo de la industria inmobiliaria en relación a la edificación lucrativa, especialmente en los contextos de renovación urbana, provoca el forzado desplazamiento de las poblaciones locales por la vía del incremento del valor del suelo. Ello ha creado nuevos núcleos de enfrentamiento entre modalidades contradictorias de concebir y habitar la ciudad. La gentrificación, como lo discuten en este número Paula Luciana Boldrini y Matilde Malizia, no resulta gratuita ni mucho menos para las y los residentes de las áreas deterioradas que el capital procura recuperar para la especulación financiera. El enfoque comparativo resulta revelador, por una parte, del itinerario de una gentrificación, y, por la otra, del papel gravitante que pueden tener las organizaciones locales y su movilización contra las empresas inmobiliarias en el desenlace de tales proyectos. Lateralmente se advierten en este artículo puntos de saturación en los procesos de gentrificación que alertan acerca de los abandonos a que pueden llevar esas inversiones al momento de escasear los retornos financieros.

El remodelaje de las zonas centrales de la ciudad encuentra un correlato interesante en los procesos migratorios que motivan a personas provenientes de otros países a procurar residencias centrales, de alta conectividad y proximidad a las fuentes de trabajo. La llegada de una población internacional de vecinas y vecinos a zonas urbanas de la ciudad se presenta, de acuerdo al estudio de Margarit Segura y Karina Bijit Abde, con dos rostros: uno, el temor que inspira en los habitantes tradicionales de esos sectores la presencia de la alteridad – temor asociado al prejuicio y la xenofobia; el otro rostro es el del papel dinamizador que tiene, para el barrio, la presencia de los nuevos vecinos. El desafío que plantea la presencia de la migración es el ejercicio de una ciudadanía democrática y plural y, a juzgar por este artículo, hay un trecho grande que recorrer, cual es el de la convivencia intercultural.

Es de especial interés detenerse y profundizar en las dinámicas locales así generadas toda vez que representan una alternativa radicalmente diversa a la propuesta por las inmobiliarias. La organización comercial de los nuevos residentes se funda en el trabajo familiar, en una escala que no supone el desplazamiento forzado de las y los residentes tradicionales de aquellos sectores. La ciudad, gracias a sus nuevos moradores, se torna culturalmente plural, enriquecida por las otras formas de habitarla, con toda la gama de oportunidades que ello significa. Ello contrasta con la persistente monotonía de la edificación en altura y la empresarialización de los servicios que a ella se asocian, servicios provistos por los oligopolios de la alimentación rápida, de la industria farmaceútica o de los gimnasios.

El artículo de Marco Pais Neves dos Santos concurre con una respuesta a los desafíos implicados por la convivencia de poblaciones culturalmente diferenciadas en la ciudad. En este caso se trata de migrantes avecindados en la periferia de Lisboa. Retornados de las colonias portuguesas en África y otros ciudadanos de igual procedencia ocupan territorios considerados como focos de la subversión social, donde impera la criminalidad, la droga y la violencia, según se percibe a nivel de la opinión pública. En escenarios como el descrito hay, sin embargo, espacios de esperanza, esto es, posibilidades de ejercer ciudadanía. Para ello la organización local, en este caso la Asociación Cultural Molino de Juventud (ACMJ), promueve la sustentabilidad del barrio, procurando torcer el estigma que sobre él pesa. Lo hace apelando a iniciativas ligadas a la interculturalidad, el diálogo, el estímulo a las dimensiones masculinas y femeninas de cada persona, el respeto por la diversidad, y la promoción de la solidaridad, entre otras. La habitabilidad, la ciudadanía y la transformación de la ciudad, de lo que aquí se desprende, no se restringe a un problema técnico de diseño o de infraestructura. Se trata más bien de la instalación de formas de vida que van tensionando las materialidades para hospedar con ellas residencias dignas en el medio urbano.

La ciudad es un hecho político. El trabajo de organizaciones como la citada ACMJ supone ejercicios de posicionamiento, de intermediación y de negociación con una miríada de intereses que confluyen en cada sector de la ciudad. La fuerza así acumulada puede si no torcer, al menos desafiar las jerarquías impuestas por el sometimiento del hábitat al mercado del suelo. Y el hábitat, al menos el hábitat popular, es un derecho y no una mercancía. La resiliencia y perpetua refundación de las periferias por agentes que no son el Estado ni las empresas privadas informan de una obstinada manera de hacer ciudad que no se corresponde con los intereses que la gobiernan.

A pesar del optimismo que se infiere de esta afirmación, la mera ocupación del territorio no representa de por si un hecho transformador. La proliferación de periferias las torna en recurso para intereses tan divergentes como los del cartel político o del cartel de las drogas. Las poblaciones periféricas pueden y de hecho son instrumentalizadas por intereses que las trascienden. De aquí que la voluntad política de constituir sujeto aparezca como una condición necesaria pero no única para avanzar hacia una ciudad democrática.

La presencia de una ideología, de un proyecto o de una organización, aunque requeridas, no bastan para impulsar procesos transformadores. Tales aspectos reclaman su encarnación en espacios de vida que les confieran sentido y permanencia. Las viejas antropologías de los marginales se condicen con los planteamientos subyacentes a estos artículos: sin la confianza en la base toda edificación se vuelve estéril – y podríamos decirlo tanto en lo social como en lo material. La contribución de Neves dos Santos así lo sugiere.

Los artículos aquí contenidos invitan a una reflexión crítica pero ya no respecto al posicionamiento de pobladores con respecto a la ciudad sino de las formas de construir conceptualmente estos temas. Hay, en la colección presentada, sedimentos lingüísticos conceptuales que preocupan. Expresan ellos una terrible semántica que gravita tanto en la construcción discursiva de la alteridad como en las micro utopías involucradas en estos ejercicios. Algunos ejemplos sirven para ilustrar el punto: hay un reconocimiento explícito a la trayectoria política del movimiento poblacional que termina, no obstante, avanzando hacia una definición de la gestión empresarial de los pobladores. Como diría Audrey Lorde: no se puede desmontar la casa del amo con sus herramientas. No parece, igualmente, consistente promover la sustentabilidad del barrio “vendiendo” la cultura como un conjunto de servicios. Es tal comercio lo que, muchas veces, atenta contra la sustentabilidad. Estas avenidas pueden ser exploradas, como de hecho se hace en la periferia de Lisboa y en otras partes del mundo marginal. El problema radica en el cómo se conciben tales transacciones, cuál es el marco teórico que mejor pueda leerlas y del cual se puedan desprender las acciones que sirvan, efectivamente, a los propósitos enunciados. La discusión queda abierta, planteándose el desafío de encontrar el verbo apropiado para dar cuenta de las otras, múltiples ciudades cuyo común denominador no es otro que el de haber vulneradas por la misma maquinaria cuyo lenguaje infiltra a cada momento el quehacer académico.

Comprender la ciudad es comprender a sus habitantes. Reconocerles es trascender el prejuicio acerca de su condición. También es reconocer la limitación de la mirada propia y, para ello, explorar críticamente los marcos conceptuales con los que se describen los procesos que entrelazan a esta ciudadanía con aquella mejor posicionada en el medio urbano. La compilación nos ayuda en este ejercicio de evidenciar lo que habitualmente no conviene ni quiere ser revelado: el poder transformador de las poblaciones más que vulneradas, agredidas por el orden urbano a que son sometidas.

El ejercicio de revelación plantea otra exigencia a la investigador o investigadora de la ciudad: saberse parte de la situación que excluye a algunas y algunos en pro de las comodidades de otros. El desafío consiste en reconocerse como vecina o vecino, entender la ciudad desde dentro, desde una epistemología que hace a unos parte tanto como a otros del mismo fenómeno, expandiendo la propuesta de Luis Iturra, aquí contenida. La revelación es, finalmente, un modo de reconocer derechos, de acoger y de hacer espacio a quienes no siempre se prefiere como vecinas y vecinos. Reconocer es ceder, ceder privilegios de una ciudad que se hace a expensas de quienes son forzados a vivir en todo tipo de periferias.